Del afán solo quedan los malos resultados

Del afán solo quedan los malos resultados

"Del afán solo queda el cansancio," decía mi mamá. Y en mi vida siempre he sido esa persona: la que vive cansada, la que se siente más productiva si hace tres cosas al mismo tiempo, la que tiene una competencia continua con... ¿quién sabe con quién? Probablemente con el mundo entero. Fue necesario un burnout, acompañado de un trastorno de ansiedad y depresión, para que entendiera una verdad tan simple como dolorosa: el afán no sirve para nada.

Mi rutina matutina en aquel entonces era un reflejo del caos interno que vivía. Me levantaba con un ataque de pánico, corría al baño y vomitaba hasta que ya no quedaba nada. Luego venía la primera ducha del día (porque, sí, llegaba a ducharme hasta ocho veces al día; era lo único que me daba una sensación de tranquilidad). No desayunaba. Me sentaba frente al computador, respirando profundamente y rogando que nada malo hubiera pasado. Eso. Cada día.

Me había acabado de casar, y ya sentía que mi matrimonio estaba a punto de terminar. Mi esposo solo me veía trabajar hasta las diez de la noche, y luego colapsar a las cinco de la mañana. Los fines de semana, los festivos... todos los días eran iguales. Me había convertido en una adicta al trabajo, sin tiempo ni cabeza para nada ni nadie.

En terapia comencé a desmenuzar este problema. Mi discurso era siempre el mismo: "Es que en la empresa hay mucho estrés: los clientes, las personas, los sueldos. Si fuera empleada, viviría más tranquila." Pero mi psicóloga me hizo una pregunta que cambió todo: "Si fueras la presidenta de una multinacional, ¿crees que vivirías más tranquila o seguirías los mismos patrones?" Esa pregunta me hizo entender que el problema no eran las circunstancias, sino yo. Era cómo yo las percibía y vivía.

El trabajo que tuve que hacer fue doloroso, porque así se siente: un dolor interno, una lucha constante con la sensación de que no vas a poder. Pero al final, sí se puede. Empecé dejando de revisar mi celular los fines de semana. Ustedes no se imaginan la angustia y ansiedad que eso me generaba, pero llegaba el lunes y me daba cuenta de que... no había pasado nada. Y cuando algo pasaba, podía resolverlo y no era el fin del mundo. Luego, me desconecté a las 5 p.m. para hacer ejercicio. Al principio, salía corriendo del gimnasio a los 15 minutos y volvía al computador. En serio, la adicción al trabajo existe, y yo era la más adicta. Era la única manera de sentirme en paz: siempre estar con el computador al lado.

Hoy en día, he logrado encontrar un balance maravilloso entre mi trabajo y mi vida personal, y funciona cada vez mejor.

Ahora, todo este contexto personal también sirve para entender que lo mismo pasa en los negocios y en el marketing, un medio que lo necesita todo para ya. Pero, con el tiempo, he aprendido que los proyectos que se planifican y se cumplen con tiempo tienen resultados muy diferentes a aquellos que se hacen con afán.

El afán no nos deja ser creativos, y la creatividad es lo que siempre marca la diferencia en una campaña de marketing. No solo se trata de la foto más creativa o el video más original; es el concepto y la historia, cada etapa del proceso debe ser creativa.

El afán no nos deja hacer cosas bien hechas, de calidad. No nos permite buscar al actor adecuado para el video, ni escribir el guión perfecto que conecte con la audiencia. Ni siquiera nos deja entender a la audiencia para crear una campaña que les llegue exactamente donde necesitamos.

Y, sobre todo, el afán no nos deja tener una estrategia. ¿Qué hace la estrategia? Define objetivos claros, nos indica qué tácticas usar y establece un plan sólido para ventas y posicionamiento. Una estrategia manda la parada y nos da dirección.

¿De qué manera podemos dejar de hacer todo con afán? Dándole la prioridad necesaria para estructurarlo con tiempo. Se puede hacer un plan anual y trabajar de manera estructurada en fechas de lanzamiento, campañas y objetivos mensuales, trimestrales, semestrales y anuales.

¿El problema principal? Los clientes mantienen con afán. Todo lo quieren y lo necesitan para ayer, pero parte de ser una empresa organizada y profesional es poder poner un límite en ese tipo de clientes y de fechas imposibles de cumplir. Es poder educar constantemente a los clientes de que la planificación es parte fundamental de los resultados y debe seguirse y cumplirse.

El afán surge cuando estamos contra el reloj, cuando necesitamos algo YA porque no lo hicimos con tiempo. Pero el afán es evitable si nos organizamos. Al final, del afán solo queda eso: el cansancio, el agotamiento, los malos resultados, las malas entregas y la mala planificación. Antes de afanarnos, lo ideal es planear y reestructurar para hacer las cosas bien. A la larga, tú, tus clientes y tus resultados lo van a agradecer.

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